Carolina Miranda
Puebla, Pue.- En un pueblo refundido en los límites entre Veracruz y Puebla, una estatua de bronce rinde tributo al llamado Niño Cero, la supuesta primera persona infectada del virus HN1H; en las claridosas calles de la zona turística conurbada de Veracruz-Boca del Río, sigue en pie la efigie de Vicente Fox, derribada hace más de una década en una imagen que evocaba la caída de dictadores árabes.
La figura en bronce de Juanito, el sui generis activista Rafael Acosta que sirvió a los intereses de Andrés Manuel López, sobrevive en el Teatro Blanquita; en el histórico Cerro de Amalucan de la ciudad de Puebla, luce imponente la estatua de bronce más grande de México bautizada como La Victoria.
Todas esas esculturas, tienen algo en común: fueron creadas por el escultor poblano Bernardo Luis Artasanchez, un hombre con estirpe y alma de artesano y artista.
Un delirante creador de verdaderas obras de arte plásticas, un poblano que pertenece a la quinta generación de López orfebres y escultores, convertido en un referente en México y el Mundo. Un empedernido artista.
“Tengo antecedentes artísticos que datan de cuatro generaciones atrás, mi bisabuelo hizo el marco de la Virgen de Guadalupe de la Villa hace más de 100 años. Comencé a trabajar en talleres de mi familia desde 1986”, recuerda.
A sus 51 años carga acuestas más 140 esculturas, entre ellas la Juan Pablo Segundo en el puerto de Veracruz; la Plaza Bicentenario de Pachuca, Hidalgo; la mega escultura de Basaseachi en Chihuahua; y hasta de Porfirio Díaz en el municipio veracruzano de Orizaba.
“Tuve la oportunidad de colaborar con mi tío Francisco López y González Pacheco en la elaboración de una escultura de Emiliano Zapata, al modelar las botas en plastilina sentí una magia especial en la acción de modelar, fue entonces cuando decidí dedicarme a la elaboración de esculturas en bronce, a mis 17 años”, afirma.
El artista se identifica con la figura humana, no es gratuito que sus esculturas favoritas hasta hoy sean la del pentapichichi Hugo Sánchez, del alpinista Carlos Carsolio y del astronauta mexicano José Hernández, con quienes tiene una profunda amistad.
“En un viaje a China realizado en el año 2000, vi piezas históricas realizadas en bronce de 5,000 años de antigüedad y entonces comprendí que, para trascender como artista, debería utilizar un material duradero, como lo es el bronce, cuando se pone verde se cubre de sales y aguanta más”, revela
“La Victoria”, con sus 65 metros de altura sobre su pedestal, ubicada en el Cerro de Amalucan es la mejor obra de su vida, pero -dice- siempre será la siguiente la que cautive a su corazón.
Desde las calles de la ciudad de Puebla, relata que la primera etapa de una obra de arte auténtica es la más complicada de todas, su concepción es el momento sublime que tienen los artistas cuando en el momento de la creación.
“Después viene la elaboración de la maqueta, que es materializar un sueño o una vivencia con tal intensidad que culmina en forma, color y textura. Después viene el agrandamiento, donde interviene un equipo de varias personas a las cuales dirijo”, detalla.
A Bernardo Luis, más allá de las formas tridimensionales, hoy le inspiran los sentimientos y las vivencias propias de un nómada.